Hace un año, el alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, ironizaba durante un acto del PP que, aunque tanto a él como al Partido Popular le achacan un carácter totalitario, antidemocrático y ultranacionalista de extrema derecha, a cambio, estaban en disposición de ofrecer a la ciudadanía la capacidad de tomar decisiones acertadas y beneficiosas si se les votaba para ocupar el poder. Bueno, en realidad no lo dijo así, sino de un modo más campechano, pero el mensaje vino a ser el mismo e igual de inquietante.
En aquel momento ya fue todo un misterio que un «eslogan» como «seremos fascistas, pero sabemos gobernar» pudiera ser un reclamo eficaz para captar votos pero, así fue. Aunque es evidente que el fascismo en nuestra sociedad existe y que algunos dirigentes del PP operan en ocasiones como su altavoz en las instituciones, es un reducto que no representa a la mayoría de los madrileños y madrileñas, como tampoco lo hace el execrable oportunismo del hermano de la Presidenta de la Comunidad de Madrid, o los comisionistas a los que el primo del Alcalde ha abierto las puertas del Ayuntamiento para que se sirvan ellos mismos de las arcas públicas. En cualquier caso, si la manera de compensar que te llamen fascista es alegar que sabes gobernar pero, cuando llega el momento de demostrarlo -como es una pandemia-, te dejas engañar por el primer celebrity que te hace ojitos, igual es que no, que tampoco sabes gobernar.
Ahora bien, el alcalde, recordemos que es Abogado del Estado y de legalidad se le presupone cierto conocimiento, así que es razonable tener la duda sobre que sus limitaciones como gobernante hayan derivado en un timo en el que se dice víctima de un empresario y un aristócrata de medio pelo. Es decir, que tal y como sostienen los servicios jurídicos del Ayuntamiento ante la Fiscalía, el alcalde fue un «primo» y así tuvo que ser, porque, de otro modo, habría sido el compinche del aristócrata y el empresario y los primos entonces seríamos nosotros, los madrileños. La estrategia a seguir, si así fuese, no sería ni original ni nueva. Se la tendría que copiar, de hecho, a la Presidenta de la Comunidad de Madrid que lleva dos meses jugando a lo mismo a cuenta de las comisiones de su hermano; mismo delito, misma estrategia. Primero lo niegas todo, después admites algunas cosas, cambias de versión hasta encontrar la más cómoda, te ofendes si te insiste la prensa y, si ves que nada funciona, enciendes el ventilador para esparcir la mayor cantidad de bazofia posible a tu alrededor.
Como diputada, mi obligación es fiscalizar a donde va a parar el dinero público y así lo estoy haciendo. Como abogada, aunque sé lo lejos que queda a menudo la ley de la justicia -por lo que la posibilidad de que el alcalde acabe saliendo indemne de este asunto es un escenario plausible- tengo la convicción de perseguir los delitos hasta sus últimas consecuencias. Como madrileña y vecina de Madrid a la que le indigna sobremanera lo ocurrido, no me resigno a conformarme con un alcalde que o no sabe gobernar, o es uno de esos «pillos» a los que blanqueaba Feijóo. Y es que las comisiones que el hijo del sórdido Duque de Feria se ha llevado «pa la saca» tienen una carga especialmente indecente porque ocurrieron mientras la gente se moría en casa, en las residencias y en los hospitales. Mientras la gente hacía suyo el abnegado compromiso de no pisar la calle más allá de lo imprescindible -el de no salir a buscarse la vida para traer un sueldo a casa, o el de no ver a sus mayores-, mientras los sanitarios nos salvaban la vida trabajando a destajo que, en algunos casos, tendría además la ingrata recompensa del despido a manos de Ayuso, la jet set madrileña hacía negocio gracias a sus contactos.
Y, por eso y con razón, nos resulta una conducta absolutamente imperdonable que alguien se dedicara a obtener pingües beneficios aprovechando un estado de vulnerabilidad de la sociedad nunca visto. Pero cuidado, no vayamos a olvidar que, exceptuando el contexto de la pandemia, ninguno de los ingredientes de este lamentable capítulo de corrupción es nuevo. El Partido Popular es una formación política a la que la justicia ha equiparado con una organización criminal y quien crea que desde entonces ha cambiado algo, peca de ingenuo. Por eso, como vecina de Madrid, no quiero conformarme con tener como alcalde al heredero de una organización delictiva. No quiero conformarme con un alcalde que sufraga con mis impuestos los lujos de la aristocracia. No quiero conformarme con un alcalde que usa las instituciones para espiar a sus enemigos de partido. No quiero conformarme con un alcalde que regala suelo urbanizable a fundaciones regentadas por personas muy próximas a él y condenadas a penas de cárcel por malversación de fondos públicos. Y todo eso al margen de que nunca quise conformarme con un alcalde que frivoliza con el fascismo. A mi me bastó con ver y escuchar aquella arenga electoral para saber que no le quería como alcalde de la ciudad en la que vivo; ahora espero que ver y escuchar que no era cierto que sabía gobernar sea suficiente para los demás.
Fuente: blogs.publico.es